Desde siempre la mayoría de civilizaciones han ritualizado las muertes de las personas, rindiéndole un último homenaje a todos aquellos que dejaban el plano terrenal. Sin embargo, ¿desde cuándo vemos a la muerte como un tabú? En la sociedad actual, en su mayoría, se evita hablar de la muerte, temiéndole y colocándola como lo peor que le puede suceder a un ser humano.

¿Qué pasaría si habláramos de la muerte tal cual como lo hacemos de los diferentes procesos de la vida?¿Dejaríamos de verla con miedo y de evitarla? Tal vez cuando empecemos a observarla desde otro punto de vista, como algo normal, incluso como algo hermoso, nos sentiremos más libres de nuestras propias emociones, entendiendo que la muerte no es el final de la vida, sino el inicio de la vida plena en Cristo. Si bien el cuerpo físico termina por marchitarse un día, las vivencias con los seres queridos, sus pensamientos y sus acciones permanecen en la memoria colectiva de los que conocieron y convivieron con esas personas, transmitiendo su esencia a lo largo del tiempo. Esto tal vez es más visible con personajes famosos, como científicos o estrellas del cine, aunque también lo vemos en las personas comunes, pues todos los seres humanos dejamos un legado.

Todos nos encontraremos en algún momento con la muerte, ya sea la propia o la de nuestros seres queridos, por lo cual sería mejor si empezamos a actuar sabiendo que esta vida tendrá un final. Esto no solo nos dará un propósito vital, sino que nos ayudará a disfrutar más de esta existencia, a valorar a quienes nos rodean y apreciar cada momento, bueno o malo, de nuestra vida.

Así, cuando llegue el momento de ir al encuentro con el Señor, nosotros habremos gozado plenamente, al igual que nuestros familiares, quienes atesorarán los momentos vividos en nuestra compañía. Entonces, ya no estaremos llorando la muerte de un ser amado, lamentándonos por tal o cual cosa, sino que celebraremos su vida, rindiéndole el homenaje que merece.