A nadie le gusta la incertidumbre. A veces incluso preferimos la certeza de las malas noticias a la incertidumbre, pues al menos entonces sabríamos cómo prepararnos para ello. Pero a pesar de si lo intentamos, no podemos hacer nada para que esta desaparezca. Incluso cuando creemos que tenemos las cosas resueltas, algo como una pandemia ocurre, y la incertidumbre sobre el futuro se siente insuperable.
Entonces, ¿cómo la manejamos? Esta lucha no es exclusiva de nosotros y podemos identificarnos también en diversos personajes de la Biblia que tuvieron que lidiar con ella. Por ejemplo, podemos pensar en los discípulos de Jesús, después de su muerte en la Cruz, cuando habían perdido la fe ya que no recordaban qué les había hablado de su resurrección. Ellos habían dejado todo por Jesús, quien fue asesinado por el imperio romano, acusado de insurrección. El Evangelio de Juan nos dice que los discípulos estaban acurrucados detrás de puertas cerradas, tratando de protegerse contra su futuro aterrador e incierto.
En Juan 20, Jesús resucitado se les apareció y dijo: “La paz sea con ustedes”. Esto era exactamente lo que necesitaban oír, pero era precisamente lo que les costaba creer. Y muchas veces nosotros en nuestra vida no somos diferentes.
¿Qué quiso decir Jesús con “La paz sea con ustedes”? ¿No sabía lo inciertas que se habían vuelto las cosas desde su arresto? Jesús no dijo: “La paz esté contigo porque todo saldrá como esperas”. Jesús ofrece una paz que no depende de que la vida vaya de cierta manera. La paz en tu vida no depende de que todo salga como tú quieres, pues puedes tener paz incluso en las circunstancias más difíciles. La incertidumbre no se siente tan trascendental porque se basa en algo más seguro. El fundamento sólido para la paz es la confianza que tenemos en Dios.
Solo la confianza en Dios y en sus promesas, nos dará esa paz que anhela nuestro corazón, con la certeza de que Dios está con nosotros siempre y que solo quiere para nosotros nuestro bien y nuestra felicidad, porque somos aquellos a quienes más ama.
Cuando construyes tu vida sobre las cosas que te pueden quitar, te llenas de ansiedad y te preocupas porque todos tus miedos de perder esas cosas podrían volverse realidad. Pero cuando construyes tu vida sobre Jesús y las cosas que no te pueden arrebatar, la ansiedad desaparece. No tienes nada más de qué preocuparte.
Jesús les prometió y nos prometió que estaría con nosotros hasta el fin del mundo todos los días, pero debido al temor e incertidumbre los discípulos se olvidaron de esta promesa. Recordamos también la figura del discípulo Tomás, quien luego de que sus hermanos le confirmaran que habían visto a Jesús resucitado, no les creyó y exclamó que solo metiendo el dedo en sus heridas, creería. Jesús se presenta ante Él y le dice: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.” Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío.” Le dice Jesús: “Porque me has visto, has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”
Y es así como el Señor bendice a los que tienen fe. En palabras de Santo Tomás de Villanueva:
“Vemos en este discípulo una resistencia sorprendente, ni el testimonio de muchos de sus hermanos ni al verlos en su dicha les son suficientes para darle la fe. Y es ahí donde interviene el Señor, para cuidar esta fe. El buen Pastor no soporta la pérdida de su oveja (Mt 18,12), Él
quien le había dicho a su Padre, “a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió” (Jn 17,12). Que los pastores aprendan entonces el cuidado que deben manifestar para con sus ovejas, pues el Señor se apareció por una sola. Toda su atención y toda su labor son poca cosa en comparación a la importancia de una sola alma”.
Es así que debemos recordar que nuestra fe, por diversas circunstancias se puede poner a prueba, pero esta es un don de Dios y debemos pedirle insistentemente que nos ayude a crecer en ella, sabiendo que con Cristo podremos superar cualquier obstáculo.
Por más inciertas que parezcan las cosas en el presente, conocemos el plan después de todo. Dios nos lo dijo en sus promesas para con nosotros. Sabemos cómo acaba todo: con Jesús como rey victorioso. La confianza en esa alegría futura nos da la libertad ahora mismo para amar y servir a los demás sin miedo a la incertidumbre.