Muchos adultos guardamos en lo más profundo de nuestro corazón al niño que un día fuimos. Ese niño que tenía sueños, ilusiones, deseos, pero que también sufrió de heridas que probablemente nunca notó, sino hasta que creció. ¿Cómo podemos sanar estas heridas que aún siguen latentes dentro de nosotros? Ante ciertas circunstancias o personas que nos evocan recuerdos dolorosos, este niño puede aparecer, haciendo que actuemos, pensemos y nos sintamos como cuando éramos chicos. Por ello, es necesario reconciliarnos con este niño interno, atenderlo, entenderlo y sanarlo.
Si queremos llevar la vida que deseamos, con un desarrollo personal óptimo, debemos reconocer aquellas carencias que tuvimos durante nuestra infancia y atenderlas. ¿Cómo las identificamos? No hay un método exacto para hacerlo, pero podemos empezar recordando cómo éramos de pequeños, cuáles eran nuestros miedos, deseos, ilusiones, y sobre todo prestando atención a esas situaciones en las que nuestro niño se sintió mal. Explora qué fue lo que necesitó, pero no obtuvo, ya sea cariño, atención, diversión, etc. Asimismo, reconoce sus preocupaciones y penas más recurrentes.
Luego de ello debemos ser conscientes de cuándo aparece nuestro niño interior, es decir, ante qué escenarios o frente a qué personas, entendiendo también por qué es que aparece. Ten presente que nuestro niño interior puede manifestarse no solo en nuestras actitudes, sino también en pensamientos y emociones.
Ahora bien, una vez tengamos claro los puntos explicados, debemos aprender a tratar bien al niño que alguna vez fuimos. Tomarlo de la mano y estar siempre a su lado. Y, aunque no podemos volver al pasado, sí podemos ayudarle a sanar sus heridas, proporcionándole aquello que le hizo falta con experiencias reparadoras. Estas son algunas de las situaciones que pueden haber dañado a nuestro niño interior y lo que podemos hacer nosotros para ir cerrando esas heridas:
- Si de pequeños fueron muy estrictos con nosotros y no teníamos mucho espacio para el juego, podemos buscar actividades lúdicas que satisfagan ese deseo, haciendo que nuestro niño también se divierta.
- Tal vez nuestros padres nos comparaban con nuestros hermanos porque ellos eran más responsables o, al revés, nos exigían más que a ellos; y ahora nos comparamos con otras personas y no nos sentimos suficientes. Debemos entender que cada uno de nosotros es único, y tenemos diferentes habilidades y tiempos para realizar nuestras tareas.
- Las veces que nos sentimos solos y dejados de lado, deseando compartir tiempo con nuestros padres y ellos no se hacían un espacio libre para nosotros. Ahora, nosotros adultos ya, podemos brindar nuestro tiempo para que ese niño viva experiencias memorables con sus padres, compartiendo diversas actividades con ellos.
Otra acción que podemos poner en práctica es escribirle una carta, hablándole desde el corazón, contándole lo que hemos logrado hasta ahora, lo que aún falta por hacer, y cómo es que ese niño es fundamental en nuestra vida. Además de mencionarle que cada vez que recuerde algo doloroso, estarás ahí para él.
Hacernos cargo de nuestro niño interior es un primer paso hacia una vida plena y auténtica. ¿Cómo empezarás tú?