A propósito del mes de los milagros, por la celebración del Cristo Morado, queremos reflexionar acerca de la relación que existe entre la fe y los milagros. Todos conocemos el significado de estos acontecimientos, e incluso se nos presentan varios ejemplos en la Biblia, como cuando Moisés dividió el Mar Rojo, o cuando Jesús le devolvió la vista a un ciego, entre muchos otros. Estos sucesos son manifestaciones del poder divino y espiritual de nuestro Salvador, pero ¿cómo creer en ellos si nunca hemos presenciado alguno? Este puede ser un cuestionamiento recurrente en la mente de los fieles, pues, como podemos entender, la mayoría de los humanos no hemos presenciado que el agua se convierta en vino, o que los peces se multipliquen de la nada.
En la Biblia se dice que cuando Jesús estaba en Nazaret -la ciudad en donde se había criado- no muchos creían en su palabra. Nazaret no era una ciudad muy grande, por lo que todos allí se conocían y sabían de Jesús como el carpintero, hijo de José, carpintero también, y María. Sin embargo, en esa ciudad no pudo realizar muchos milagros ya que la gente no creía que Él era el Mesías, hijo de Dios, pues no asimilaba que ese hombre que hacía mesas, puertas, bancos, etc. pudiera ser el Salvador quien daría su vida y resucitaría por la humanidad.
Entonces, ¿es necesaria la fe para observar un milagro? Sí, e incluso en los mismos Evangelios relacionan la fe con los milagros de Jesús. Si esta no está presente, como sucedió con los habitantes de Nazaret, por ejemplo, Jesús no hace milagros.
Por otro lado, a menudo estos sucesos son la respuesta de Jesús a una petición que le hace algún interesado, quien demuestra de esta manera su fe.
Así pues, la fe precede a los milagros y es condición para poder entenderlos y aceptarlos. En este sentido, Jesús realizaba milagros para así confirmar su misión de Mesías y la venida del Reino de Dios, los cuales eran también un llamado de fe.
Sin embargo, aunque solemos dar por sentado que los milagros son acontecimientos excepcionales, grandiosos y nunca antes vistos, estos también pueden encontrarse en la cotidianidad de nuestras vidas. Y es aquí donde interviene la fe, ya que esta es la que nos permite ver las cosas buenas que suceden en nuestro día a día, no como una casualidad, sino como la obra de Dios. Debemos tener en cuenta también que los milagros solo ocurren gracias a la voluntad de Dios y nuestra fe en Él, por lo cual, si vemos la vida a través del lente de Jesucristo, nos daremos cuenta de esos milagros que suceden frente a nuestros ojos.
El poder de Dios se nota en cada detalle de nuestras vidas: desde el amanecer que nos saluda todos los días, pasando por la transformación de una semilla en un gran árbol, hasta la sanación de quienes sufren enfermedades como el cáncer. Estos son recordatorios de la mano de Dios en el mundo.