El Señor Jesús, en su infinito amor por nosotros, sus hijos, ha instituido el sacramento de la penitencia o bien llamado el “Sacramento de la Reconciliación", el cual nos libra de los pecados cometidos después del Bautismo y nos lleva a la reconciliación con Dios. A través de este sacramento, al confesar nuestros pecados, nos enfrentamos a ellos, para luego liberarnos de los mismos, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos y reconciliándonos con Dios, nosotros mismos, los demás y la creación. Además, al ser el pecado un espacio de tristeza, frustración y negatividad, el confesarnos es expresar la fe y esperanza que mantenemos en nuestro Salvador, quien nos renueva con su sola existencia.
¿De qué manera podemos iniciar una confesión? El primer paso, incluso antes de ir con el sacerdote, es realizar un examen de conciencia, pues la confesión nace del verdadero conocimiento de nosotros mismos, de nuestras virtudes y pecados. Podemos comenzar con esta oración: “Dios mío: dame luz para recordar los pecados que he cometido, y gracia para arrepentirme bien de ellos y corregirme. Virgen Santísima, San José, ángel de mi guarda, ayúdenme.”
El Papa Francisco sugirió algunas preguntas que uno mismo puede realizarse para darse cuenta de las faltas cometidas:
- ¿Me revelo contra los designios de Dios?
- ¿He criticado a la Iglesia o al Papa?
- ¿Culpo a Dios por las cosas que me suceden?
- En este tiempo de pandemia, ¿he recordado pecados que no he confesado?
- ¿He hablado mal de mi prójimo?
- ¿He dejado que me venza la ira, he actuado con cólera?
- ¿Incito a otros a hacer el mal?
- ¿Me he preocupado porque mis parientes y amigos se encuentren bien de salud?
- ¿He desperdiciado el tiempo con el teléfono, la televisión, el Internet, las redes sociales?
- ¿He perdido la paciencia por el confinamiento?
Luego, tras haber respondido estas preguntas y haber hecho la examinación, se debe enumerar los pecados cometidos de los que somos conscientes. Asimismo, antes de confesarnos, debemos tener la intención de no volver a cometer los pecados de los que ahora somos conscientes. Este arrepentimiento conllevará al deseo de reparar el daño hecho por los pecados cometidos.
Finalmente, ve a confesarte, teniendo en mente que el eje central de este sacramento no son tus pecados, sino Dios, quien te recibirá con los brazos abiertos y volverá a levantarte de tus caídas.
En ese lugar de alegría y esperanza que representa la confesión, nos encontramos con Dios, quien siempre está dispuesto a perdonar nuestros errores, afirmándonos con certeza que todo tiene solución, pues la última palabra en nuestras vidas siempre la tiene Él. Durante la confesión, es Jesús Misericordioso quien, mediante el sacerdote, nos devuelve nuestra tranquilidad y paz interior al concedernos el perdón de nuestros pecados. No temas ni tengas vergüenza, pues el perdón es un regalo y nuestro Padre nos lo ofrece gratuitamente.
Jesucristo, en su grandiosa piedad, nos renueva siempre para mejor.